El Profeta Gonzalo Arango

Circa-años 60

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Nací en Andes, un pueblo sin gloria que se hará famoso por mi nacimiento . . .”.
Gonzalo Arango




Juan Carlos Velez Escobar, Kale de Andes, honra a su paisano andino.
Septiembre 25, 2014


Gonzalo_Kale_Andes

Hoy hace 38 años Gonzalo Arango despertaba por última vez. El 25 de septiembre de 1976, igualmente, por última vez, el renegado nadaísta, abría sus ojos a la madrugada y contemplaba el plácido rostro de una Angelita aún abrazada por el sueño. Ese viernes fue la última vez en la que Gonzalo Arango, el ex-profeta de la nueva oscuridad, cumplía con sus rutinas, luego de levantarse del colchón en el que dormía con su compañera inglesa; ese colchón era prácticamente lo único que no habían vendido so pretexto del viaje a Inglaterra. Fue al baño, se lavó los dientes, se bañó… tomó café y se vistió; dejó dormir un rato más a su amada y luego la despertó cariñosamente con un beso en la frente y habló con ella; hizo los planes para el viaje que emprenderían alrededor de las 11:00 de la mañana; después preparó el desayuno de los dos (huevos con pan y café). A su alrededor, esa mañana, todo seguía igual, ningún sobresalto, ningún presagio ni premonición, nada fuera de lo normal, todo rutinariamente agradable. Luego del desayuno, Angelita termina los preparativos del viaje, está entusiasmada porque muy pronto Gonzalo conocerá a su mamá y a su familia; a medida que realizaba sus quehaceres pensaba en la frase que Gonzalo había escrito en una carta a su amigo entrañable Antonio Osorio: “me voy, para que Colombia al perderme me gane”; pues sí, pensaba Angelita, Colombia se daría cuenta de la calidad del personaje que estaba a punto de partir a residir en otro país y a poner en práctica, y al servicios de sus congéneres ingleses, los conocimientos y las sabidurías que había adquirido en su trasegar por los caminos y los auditorios de las ciudades y los pueblos del País. Los dos estaban animados con la visita que realizarían al padre Betancur en Villa de Leiva; el sacerdote era un gran hombre, un espíritu elevado.
Todo normal al salir de casa, al salir por última vez del Monasterio… nada de presagios ni de premoniciones. Son las 9:00 cuando la pareja deja por última vez ese pequeño apartamento que ha cobijado y dado calor a esa relación que sólo ellos dos entendían.
Hoy hace 38 años Gonzalo Arango aborda por última vez, y por su propia voluntad, un vehículo. Lo hace serenamente, como al descuido, sin preocupaciones y en ese momento, tampoco nota nada. El viaje comienza plácidamente y Gonzalo Arango abandona conscientemente por última vez la gran urbe, deja a Bogotá para siempre, sólo le volverá a visitar por un día, pero ya no siendo él.
Alguna vez “le pregunté” a Gonzalo Arango qué recordaba de ese día, de ese viaje, “le interrogué” con respecto a qué recordaba de su muerte… esto fue “lo que me dijo”:
“Fue extraño. En ese momento todo estaba bien, ya había cuadrado casi todos mis asuntos con los hombres. Vivía mi época de pura espiritualidad y todo lo veía de una manera fácil, casi ignorando el dolor del mundo. El viaje había sido tranquilo, muchas veces había visto días así y realizado viajes de una placidez subyugante como ese. Hablaba con mi compañera y nada parecía extraño. Por el contrario, todo era calmo. Cuando le pedí que cambiáramos de asiento no alcancé a notar nada fuera de lo normal. Me adormecí. Entre el sueño y la realidad vi cosas: recuerdos de mi vida pasada, mis sueños presentes, el viaje a Londres; el paisaje corriendo vertiginosamente ante mis adormecidos ojos. Alguien me tendía una mano, aunque parecía ofrecerme seguridad, me atemorizaba tomarla. La luz era con ella, un resplandor la envolvía, no me producía espanto pero yo mismo me impedía tomarla. Soñé con mi Monja, la vi, se confundía con los recuerdos que se agolpaban en mi realidad inmediata. Sólo ella podría llegar justo en ese momento definitivo de mi vida: La Monja.
“De pronto sentí que caí bruscamente, abrí los ojos y vi el carro que se nos vino encima. Sentí el golpe en mi cara y en mi nuca. Duro, brutal. Luego sólo un dolor seco, insoportable, en la cabeza. Comencé a escuchar voces, eran confusas. No podía moverme, no sentía lo que hacían con mi cuerpo, todos decían “está muerto”, me sacudían. Comencé a sentir frío, mucho frío. Empezó en el pecho. Un frío extraño y seco fue invadiéndome. El dolor en mi cabeza crecía. Ambas sensaciones eran insoportables. Quería huir de ellas, me ataban al sufrimiento y no quería sufrir. Algo extraño empezó a ocurrir: mi cuerpo estaba tirado entre mantas, sangre y personas ansiosas, verdaderamente preocupadas por mí, de repente comencé a alejarme de él, lo veía quedar abajo. Todavía escuchaba lo que decían, la confusión al ver que no me movía, al ver la sangre y los moretones en mi rostro, pero me alejaba de él y perdía la noción de sus sensaciones. Me quedé mirándolo, tratando de sentirlo, hacerme consciente del dolor o del frío. De pronto algo se rompió bruscamente. Un chasquido sordo borró de mis oídos cualquier otro ruido. No era una explosión, era el ruido que produce algo sólido, como una cuerda de metal al romperse. Después, lo único que sentí fue algo de frío, aunque muy distinto, era un frío del que no tenía consciencia. El tiempo desapareció. Todo era oscuro. El frío se fue diluyendo. Ya no había sensaciones, sólo esperaba. No veía ya mi cuerpo. Ahora que recuerdo, luego de no sé qué tiempo, si es que el tiempo se podía concebir en esa nueva condición, vi mucha gente en lo que creo era un cementerio, acompañaban mi cuerpo. Yo mismo lo acompañaba, era como si lo estuviera despidiendo. Estaba en el aeropuerto de las almas, punto final del viaje por la tierra: el cementerio. El sitio que tantas veces me había seducido. Ahora era parte de él, y desde sus dominios partía a lo desconocido.
“De allí en adelante todo se tornó nuevamente extraño. Está vivo el recuerdo de una luz. Se fue haciendo, no sé de dónde pero iba llenándolo todo. De pronto, nada. Quedé solo en medio de la nada, no sabía, no sentía, no veía nada. Ni luz, ni oscuridad, ni arriba, ni abajo, solamente me quedé... Por fin me enfrentaba a la Nada, absoluta, total, inconmensurable, indefinible. Por fin tenía ante mí la posibilidad de la negación total. ¡NO HABÍA NADA! Sólo te esperaba...”.


Estoy convencido que Gonzalo Arango es el andino más representativo del Municipio a lo largo de su historia. Andes le debe un cierto sentido de gratitud, y Andes puede “aprovecharse” de ese nombre e invitar personas a que vengan al Pueblo a seguir las huellas de Gonzalo Arango, a que vivan UN DÍA EN ANDES TRAS LAS HUELLAS DE GONZALO ARANGO. Que vean el Pueblo, que recorran las calles que recorrió Gonzalo Arango y que hoy, a Dios gracias no se conservan intactas, sino que tienen la huella que la dinámica progresista de Andes ha dejado impresa. Es egoísta pensar que a Andes la gente no pueda venir a “buscar” a Gonzalo Arango, como afirman algunas personas del “mundillo intelectual”.
GONZALO ARANGO: FELIZ VIAJE HERMANO ANDINO… FELIZ ENCUENTRO CON LOS TUYOS Y CON LOS OTROS Y CON LA NADA… HOY YA NO TE LLORAMOS, HOY NOS ABRAZAMOS EN TUS PALABRAS. HOY LA DANZA NO ES DE MUERTE SINO DE VIDA… Y A TODOS LOS QUE QUIERAN… BIENVENIDOS AL PUEBLO A VIVIR “UN DÍA EN ANDES TRAS LAS HUELLAS DE GONZALO ARANGO”.

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